Matrioshka
Hay sustantivos que pintan objetos con elegancia: respetan el borde y rellenan a conciencia el vacío que ocupará el conocimiento. Para ello, la mayoría se apoyan en adjetivos cuya tonalidad, a base de contexto, es la más adecuada. Por ejemplo, si una mañana el cielo viste nubarrones que rugen invocando lluvia y tempestad, podría hablarse con toda certeza de un alba sombrío y deprimente.

Por otro lado, merman los sustantivos solitarios, tan infrecuentes e inusuales como una roca alegre. Pertenecen a esa clase de palabras desechadas años atrás por su naturaleza tajante. Olvidados por el vulgo. Sin embargo, entre dicha multitud, abundan amantes de las letras (sus aficiones no los distinguen de sus semejantes) que matarían por encontrarse con algún concepto de los ya nombrados.

Esto último sucede gracias a lo que guardan en su interior. Como una muñeca rusa, en la cual, si dilucidas su significado hasta el punto de desmenuzarlo, ingerirlo y vomitarlo, te das cuenta de la infinidad de acepciones que puede llegar a tener. Y para cualquier buen lector u/o escritor que se respete, tal descubrimiento, incluso si es llevado a cabo en el más infame de los diccionarios, resulta una alegría carente de símil.

Y es que, si lo piensan por un momento, ha de ser satisfactorio toparse con una palabra que dentro de sus límites exprese todo aquello que deseas... Algo así como tener el poder de aventar, en pleno diálogo, una canica cuyo interior condense un micro universo de emociones y pensamientos, a la espera de que el interlocutor se atreva a desunir el átomo y provoque un estallido argumentalmente parco.
Pixel2013, fotógrafo de Pixabay.com.
Escrito por Junior Gómez.
Publicado en Steemit.com bajo el seudónimo El otro
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